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martes, 6 de enero de 2015

Visarión G Belinsky

Visarión Grigórievich Belinski (1811-1848)


Demócrata revolucionario ruso, crítico, fundador de la estética realista en Rusia. Belinski es el precursor de los intelectuales pequeñoburgueses que desplazaron totalmente a los nobles en el movimiento ruso de liberación. Nació en Sveaborg, su padre era médico. En 1829 ingresó en la Sección de letras de la Universidad de Moscú, de la que fue excluido en 1832. Desde 1833, colaborador de la revista «El telescopio», en cuyo suplemento -«Rumor»- publicó su primer artículo importante: «Sueños literarios» (1834). Publicaba también sus trabajos en la revista, de la que fue director. «El Observador de Moscú» (1838-39). Desde fines de 1839, vivió en Petersburgo donde se encargó de la sección de crítica literaria en las «Notas patrias»; desde 1846, dirigió la sección de crítica de «El Contemporáneo». En 1847, fue al extranjero por motivos de salud. Murió de tuberculosis en Petersburgo. La obra de Belinski corresponde al periodo en que el pensamiento social ruso (asimilando las lecciones del movimiento decembrista) tan sólo iniciaba la búsqueda de nuevos caminos de lucha contra la autocracia y el régimen de servidumbre, la búsqueda de una teoría científica del desarrollo social. A ello se debe el carácter extraordinariamente complejo e intenso de la evolución ideológica de Belinski. En la década de 1840, Belinski llega al democratismo revolucionario en el que se reflejaban los anhelos del campesinado, llega a las ideas del socialismo, del ateísmo y del materialismo. En este camino, Belinski tuvo que definir su actitud respecto a las teorías filosóficas y político-sociales del siglo XIX, respecto a Fichte y Schelling, a Hegel y Feuerbach, a los jóvenes hegelianos, a los socialistas utópicos franceses y al joven Marx. Belinski no escribió tratados filosóficos, pero ni en uno solo de sus artículos más o menos importantes dejan de tener su reflejo los problemas filosóficos. Fuertemente atraído por la filosofía de Hegel durante cierto tiempo (1837-39), Belinski interpretaba la tesis hegeliana: «todo lo real es racional» en un sentido de conservadurismo político, como idea de conciliación con la realidad zarista. Pero incluso en dicho período, -que termina cuando Belinski sitúa en un primer plano la idea de la negación, el principio de la lucha contra todo lo que se ha vuelto anticuado, contra todo lo no racional-, la tendencia medular de sus investigaciones ideológicas obedecía al afán de comprender las leyes a que se encuentra sujeta la vida de la sociedad y del hombre. A principios de la década de 1840, Belinski se sitúa en el terreno materialista. Al examinar el problema concerniente a la unidad de lo material y lo ideal, mantiene la tesis de que «lo espiritual» «no es otra cosa que la actividad de lo físico». Señala, a la vez, la función activa de la conciencia en el proceso de interacción entre el hombre y el medio. Habiendo desechado el conservadurismo del sistema hegeliano, Belinski vio en la dialéctica los fundamentos del método de investigación científica y de acción revolucionaria, el germen de la auténtica «filosofía de la historia». La idea de la regularidad objetiva en Belinski se concreta como idea de la necesidad del progreso social, el cual adquiere su realidad a través del cúmulo de actividades de las personas y encuentra su expresión, en particular, en la obra de las grandes individualidades. Tal idea constituye una de las ideas centrales de Belinski y le sirvió de punto de partida para el estudio de los problemas de la historia rusa (papel de Pedro I y otros) y de su correlación con los procesos de la historia mundial. En ella se apoya asimismo Belinski para analizar los problemas que tratan de la correlación entre ideal y realidad. Aplaude el ideal socialista de una sociedad verdaderamente justa en la que «no habrá ricos ni pobres, reyes ni súbditos, sino hermanos, hombres», pero al mismo tiempo se muestra escéptico en cuanto a los proyectos reformadores de algunos socialistas de Europa occidental. Suponía que la nueva sociedad llegaría a establecerse «con el tiempo, sin cambios violentos, sin sangre»; con todo, no llegó a la fundamentación científica de la inevitabilidad del socialismo. Así se explica la apelación de Belinski a las ideas del cristianismo primitivo como cimientos del mundo moral del futuro. Belinski reconocía el carácter progresivo del orden burgués respecto al medieval y consideraba que el objetivo inmediato de las transformaciones sociales de Rusia se cifraba en la eliminación de las formas de vida patriarcales y despóticas (ante todo el régimen de servidumbre), en la realización de diversas reformas democrático-burguesas. En consecuencia, Belinski sostuvo una lucha sin cuartel contra las ideas retrógradas del «nacionalismo oficial», ridiculizó la idealización eslavófila del viejo patriarcalismo ruso. La manifestación más elevada del democratismo revolucionario de Belinski, su legado, fue la carta a Gógol (julio de 1847), una de las mejores obras en la Rusia del siglo XIX, de la prensa democrática no sometida a la censura. La idea de historicismo matiza, asimismo, los juicios estéticos de Belinski. Veía la esencia y el carácter especifico del arte en la reproducción de la realidad, según sus rasgos típicos, por medio de imágenes y atacó duramente el romanticismo reaccionario, la literatura didáctica («retoricismo»), propagó los principios del realismo en que se inspira la obra de Pushkin y la «escuela natural» encabezada por Gógol. Señaló el nexo que se da entre los conceptos de carácter nacional y realismo en arte y formuló capitalísimas tesis acerca de la dependencia en que se halla el valor social de la literatura respecto a la superación del abismo entre la denominada «sociedad» culta y la masa popular, acerca de la «simpatía por lo moderno», es decir, por el progreso como cualidad inseparable del auténtico artista. Las concepciones de Belinski influyeron en gran manera sobre el desarrollo de la estética.

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